El terror explora cuestiones sobre la naturaleza humana que van más allá de este contexto temporal y local concreto. Es la confrontación con el monstruo: lo no-natural y los tabúes sobre lo que es el 'yo' y la identidad colectiva. Las películas de horror señalan continuamente lo que hay que hacer para seguir siendo humano. Y lo hace de forma negativa, ocupándose precisamente de la perdida de lo humano.
Laurence Rassel entiende que hay figuras de ficción que posibilitan re-pensarse “fuera de lo que la sociedad, la religión, la política ha decidido por mi sobre lo que soy” ¿Podríamos leer al zombi desde este punto de vista? Los ciborg y los vampiros de los que nos habló Rassel son héroes al fin y al cabo, encarnan rasgos valorados culturalmente, valentía, poder, etc. El zombi en cambio, es un personaje poco glamouroso, tonto y sin ambición, una exageración de lo patético y lo triste. Es más bien anti-heroe. El acto de convertirse en zombi es una sobre-identificación con el reflejo más indeseable de nosotros mismos, una parodia del ciudadano modelo a la que la sociedad nos lleva a ser, la de consumistas compulsivos según Jaime Cuenca.
Por eso nos parece que hay algo de subversivo en la decisión consciente de “convertirse” en un zombi. Si en la Edad Media el bufón, entre broma y broma, era el único que podía hablar con franqueza sobre temas comprometidos, tal vez el zombi también nos pueda hablar de algunas cuestiones de hoy en día. Un sólo zombi no es peligroso, lo verdaderamente terrorífico es cuando son muchos. Es en esa colectividad donde reside nuestro interés, una colectividad sin aparente organización, ni jerarquía, caótica e inconsciente, pero capaz de ser un contrapunto a los dogmas sobre modelos de comportamiento en espacio público. Consideramos que una marcha zombi hace una parodia de la rendición colectiva haciendo al mismo tiempo un guiño para activar la participación.
Iratxe Jaio + Klaas van Gorkum. Enero 2008
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