Lo prometido es deuda, así que aquí tenéis el segundo capítulo del Marketing como análisis médico-forense:
A pesar de encontrar la causa de la muerte de aquel joven de 18 años, en la muerte no asumida de una bebida y el respectivo lanzamiento de otro nuevo producto Pepsi, el marketiniano seguía insatisfecho con la resolución del caso. Necesitaba comprobar y saber a ciencia cierta si éste era un caso aislado o si, por el contrario, se darían nuevas muertes próximamente. Además de, saber si la composición del producto caduco contenía algún tipo de adictivo que convertía su no consumo en algo letal.
Muchas eran las preguntas que rondaban la cabeza del marketiniano y le mantenían despierto. Sin embargo, nada podía hacer si no llegaban más cadáveres con patologías similares.
Pasaron días sin poder investigar y profundizar en el caso de Edu. La sala forense permaneció vacía a lo largo de los días que sucedieron la muerte del chico. Pero, al tercer día el forense hizo entrada con un nuevo cuerpo. Y, el marketiniano a pesar de ser consciente de la excitación que la aparición del forense le causó y del posible delirio que esto podía suponer, casi podríamos decir que corrió apresuradamente para abrir la cremallera de la funda que mantenía velada la identidad de aquel nuevo cadáver.
¡Otro joven!, dijo el marketiniano intentando esconder el carácter exclamativo que le profirió a la frase. Esta era una gran oportunidad para él. La suerte estaba de su lado.
Se sentía ansioso por empezar con el respectivo análisis, cuando otro cadáver se anunció en la radio. “Las autoridades de la ciudad han encontrado los restos de un joven en una de las calles adyacentes a la principal”. Hoy, todo eran grandes noticias. Otro nuevo caso para profundizar en mi investigación, pensó.
Pero pasaron los días, las semanas, y los meses sin muerte alguna. La muerte se había tomado una tregua con los jóvenes de la ciudad. Y el marketiniano cada día parecía más nervioso. El forense incluso le había pedido, como colega, que se tomase unos días de descanso, pues el podía hecerse responsable de los pocos casos que les ocupaban en estos momentos. Estaba preocupado por él. Lo veía muy nervioso e irritable, en un estado que no era nada habitual en el marketiniano.
El marketiniano hizo caso de los consejos del forense y se tomo un par de días libres. Nada supo el forense del marketiniano durante los tres días que éste decidió tomarse un respiro. Ni una llamada en el horario laboral, ni siquiera apareció por el bar en el que después de acabar con el trabajo, y antes de regresar a casa, tomaban una copa.
Al cuarto día, cuando el marketiniano llegó a la sala éste lucía una inmensa sonrisa, que ni siquiera pudieron apagar la media docena de muertos que entraron por la puerta a eso de las diez de la mañana. Todos jóvenes, de entre 18 y 20 años.
¡Qué lastima! Dijo el forense nada más verlos. El marketiniano, sin embargo, parecía inmune a la tragedia.