Un artículo de Ricardo_AMASTÉ publicado originalmente el 2 de abril 2010 en el suplemento Mugalari del diario GARA y obtenido del blog de Maria PTQK. Hablando de la producción en el arte. Ese término tan en boga para los emblemas pero tan poco analizado para saber sus posibilidades tal y como lo muestra aquí Ritxi.
Frente a la generalización de la producción acrítica y espectacularizada. Un ecosistema en el que reproducirnos
Ante la situación de cambio y proliferación de centros de producción artística en Euskadi, cabe preguntarse si alguien ha consultado en algún momento a l*s artist*s y a otros agentes del medio, qué es lo que necesitan y para qué. Esta sólo es una de las posibles respuestas.
Estudiantes de Bellas Artes encerrad*s contra Bolonia (foto: Alejandra Bueno)
Desde el arte como estado de excepción, a su disolución en el sistema cultural y/o en la vida cotidiana. Abrir interrogantes, producir interferencias, forzar los lenguajes, buscar nuevas subjetividades, imaginar respuestas diferentes, ilusoriamente útiles-inútiles. Desde la estética de lo político, a la ética del deseo. De la bohemia al estrés, poniendo en juego todas las contradicciones como ¿nuevo? juguete del capitalismo. Desde el individuo, el grupo, la banda, la asociación, el lobby, el ismo, desde la red difusa, desde la multitud. Desde el estudio, el taller, el laboratorio, la oficina, la factoría, la asociación de barrio, el aula, la barricada. sin salir del cubo blanco, entrando y saliendo, desde casa. Desde lo privado, desde lo público…
Una enumeración incompleta de posibilidades sobre desde dónde y cómo ejercer la práctica artística y/o generar arte hoy. Todo ello, sólo para servir como marco a la pregunta ¿cómo podrían-deberían ser las infraestructuras desde las que se proyecte-produzca-proyecte el arte contemporáneo? Y ¿Cuánto deberían tener de hardware y de software? ¿Cuánto dedicarse a experimentación básica y a experimentación aplicada? ¿Necesitamos espacio, dinero, tiempo, recursos, complicidad, herramientas, red?
Para no dar vueltas al asunto desde la generalidad global relativista, podemos tratar de analizar todo esto desde una perspectiva local, fijándonos en lo que está pasando a nuestro alrededor.
En pocos años hemos pasado, de cuando poco era mucho, a la sobreabundancia que probablemente, paraliza, genera desinterés y/o no sirve para aquello que primeramente debería de servir. Porque esas grandes y sobrediseñadas infraestructuras que están proliferando, en gran medida se hacen en nombre del arte y/o de la cultura, pero con otros fines instrumentales: estrategias de marca, de territorio, económicas… Sea como sea, casi siempre de espaldas a quienes supuestamente se dirigen: artistas y otros agentes, que son l*s principales dinamizador*s, productor*s de conocimiento, de sentido; y a un público al que en vez de apelar como receptor y posible emisor, se trata como masa.
Así, aparecen nuevas entidades, se multiplican los contenedores, se diversifican las actividades, se solapan las programaciones, un remix de logos, donde prima lo cuantitativo frente a lo cualitativo. Todas surgen en un momento de crisis o indefinición donde lo expositivo ya no es la piedra angular, sino parecen serlo la producción y la post-producción. Todo pretende ir hacia delante, pero sin abandonar la inercia. Y sin pensar realmente hacia donde quiere ir cada cual. Todas surgen para apoyar a las artistas, para que puedan crear en mejores condiciones (“mejor” no significa que no siga siendo desde la precariedad), pero para que lo hagan productiva y eficientemente. Incluso la universidad, con el Plan de Bolonia, se orienta principalmente, no ya a la experiencia y al conocimiento, sino a la generación de buen*s profesionales para la producción. Porque la maquinaria no puede parar. ¡Más madera!
En poco tiempo hemos pasado de que Arteleku fuese un catalizador generador de contexto a que sea un centro ciertamente descontextualizado. Mientras, en el horizonte aparecen Tabakalera, Krea, Alhóndiga. O el delirio de un nuevo Guggenheim, también pensado, cómo no, como un espacio no sólo expositivo, sino de producción, mejor aun, de producción exhibida en tiempo real. ¡Qué no son gigantes, qué son molinos!... ¡Pobre Sancho!
Todo grandes equipamientos, fuera de la realidad del momento. Porque ni hay suficiente masa crítica (ni estrategias para generarla), ni una idea de sistema, ni suficiente dinero. Y el que hay, se gasta en poner más piedras. Eso si, se deja un pequeño margen para “material fungible” (un, digamos curioso concepto, con el que en Bilbaoarte se pone límite a qué pueden y no pueden dedicar la cuantía de su beca l*s artistas –para evitar el derroche y el dislate-).
Y por qué. Porque se sigue sin querer entender que para que el arte suceda no hay unas condiciones concretas que se puedan proveer-reproducir-franquiciar. Se trata más bien de generar un sistema flexible que permita fluir en libertad. (Im)posibilitar cuando sea necesario, en lugar de imponer por la norma o la moda. Un ecosistema para generar más conversaciones. Y estas pueden darse en el baño de un bar a las dos de la mañana, a través de Skype, en el estudio al que acudes diariamente o no, en el monte, con un lápiz, un ordenador, una cámara, la palabra, desde el DIY, la producción industrial, la biopolítica…
Por mucho que se insista, no hay recetas. Y cada vez menos. Por eso, los centros de producción no tienen sentido, si sobre todo no son lugares de encuentro abiertos al mundo, para el intercambio, la colaboración, la hibridación, el conocimiento, el conflicto. Así, si se quiere invertir en la producción de cultura, que se invierta en fomentar la (bio)diversidad del ecosistema cultural, en la generación de contexto, de posibilidades, en el momento, en el lugar y con los recursos que en cada caso sean necesarios. Sin estrategia fija. Dirán que esto es insostenible. Pues hagámoslo de forma equilibrada, redistribuida y reproductiva. Aquí mismo hay resquicios y excepciones que pueden servir de ejemplo. Porque lo verdaderamente insostenible, es lo que impera actualmente.
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