Zenda, 19/08/2019
La primera vez que leí un texto de Donna Haraway fue en una luminosa aula de universidad en la que un grupo de doctorandos nos devanábamos los sesos buscando La Propuesta Epistemológica Global que sentara como anillo al dedo a los grandes descubrimientos que necesitábamos explicar. Clasificábamos las teorías con etiquetas. Seleccionábamos los fragmentos que nos “servían”, los combinábamos y generábamos remixes teóricos que olían más a pastiche que a collage. Pocas puertas se abrían, a veces alguien hacía un agujero para poner una ventana pero el marco quedaba demasiado pequeño, o demasiado grande, según.
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